Orígenes de nuestra Orden  

Las Canónigas tienen su origen en las vírgenes y viudas de la primitiva Iglesia. Se consagraban a Dios públicamente de manos del Obispo entregándose de forma incondicional al Señor en el servicio a la Iglesia. San Agustín, por ejemplo promovió la vida común de estas consagradas, a a vez que lo hacía también con la vida común y canónica de los clérigos.

 

El objetivo era restaurar en la medida de lo posible la "Vida Apostólica" de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén. El ideal era claro… vivir todas unidas, con un solo corazón y alma, teniendo todo en común.

Así fueron surgiendo, insertadas en las iglesias locales, comunidades de vírgenes consagradas a Dios, quienes, observando lo mandado por los Concilios sobre la vida comunitaria - de ahí Canonesas - vivían la alabanza, la oración, siendo testimonio al mundo de amor a la Santa Madre Iglesia, a la institución del sacerdotal, ayudando a su misión. Entre las obligaciones de estas precursoras de nuestra Orden, estaba la asistencia a las funciones litúrgicas de su iglesia local, la oración y el rezo coral constituyó desde sus orígenes una de sus ocupaciones principales así como la educación de la juventud.

 

En el siglo VIII ya se distinguía entre "moniales" en un sentido de mayor soledad y con una regla como la de San Benito, San Romualdo, etc, y "canonesas" dedicadas al servicio litúrgico y eclesial.

 

Durante la Edad Media estas comunidades femeninas tuvieron un intenso desarrollo y florecimiento. Al igual que los clérigos de vida común -Canónigos Regulares- adoptaron la Regla de San Agustín y, a partir del Sínodo Romano de Letrán en 1059, bajo el Pontificado de Nicolás II, la antigua Orden Canonical se rehízo con vitalidad evangélica renovada bajo la creciente influencia de la Regla de Nuestro Padre San Agustín.